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​Operación: Árbol de Navidad

​CAPÍTULO 6

​Operación: Árbol de Navidad

​El brandy que mi madre le sirvió a Jack era del color del ámbar fundido y olía a victoria. 

Recordé por un instante un momento en la preparatoria donde recibí mi primera y única medalla de atletismo. 

 Esa tarde corrí como gacela,  no porque fuera muy veloz, sino, porque una chica le puso polvos pica pica a mis tenis y la desesperación de quitarmelos hizo que corriera como nunca lo había hecho.

— Y todo por un chico.  Era muy guapo, no lo niego,  ¡pero no iba a quitárselo!  Aunque… pensándolo bien,  si lo hice – pensé,  y una sonrisa pícara se dibujó en mis labios  

Luego miré a Jack como miré a ese trofeo, con orgullo.

Él sostuvo en la mano la copa de whisky como si fuera un viejo amigo, no era un trofeo recién ganado, era una victoria. 

Me limité a observar, sintiendo que mi  sistema nervioso funcionaba con la energía de un café  y mucho pánico. 

La abuela Lila, nos había dado una tregua, pero yo sabía que esto no era un armisticio, sino un simple reagrupamiento táctico.

— Espero que Jack no piense que ganó la guerra, la abuela no le quitará los ojos de encima… Ni a mí. 

​—Así que, Jack —comenzó de nuevo la abuela.

— Aquí va de nuevo – dije y sonreí mirando a Jack.

La  voz de la abuela cortó el suave murmullo de los villancicos que se escapaban de la cocina.

— Helena me dice que diriges una de esas empresas que valen más que un país pequeño. ¿Qué es lo que vendes exactamente? ¿Aire embotellado para millonarios?

​Mi padre tosió disimuladamente en su taza de té. Mi madre parecía querer desaparecer entre los cojines del sofá. 

Yo solo apreté la mano de Jack bajo la mirada vigilante de la abuela.

Mi hermana y su prometido se miraron preocupados. En especial el prometido de mi hermana que ya había pasado por el padrón de fusilamiento de la abuela.

Él miró por un segundo a Jack con lástima y preocupación. 

Pero Jack no se inmutó ante la mirada asesina de mi abuela.

​—Algo un poco más tangible, afortunadamente —respondió Jack, con una calma que me pareció sobrehumana.

— Desarrollamos tecnología para la optimización de energías renovables. En esencia, ayudamos a otras compañías a ser más eficientes y menos dañinas para el planeta.

​—Hmph. Salvar el mundo eh, qué novedoso —replicó la abuela. 

 Noté un destello en sus ojos  que no era desaprobación sino… duda. Eso me heló la sangre.

— ¿Y te queda tiempo para las… distracciones? —Su mirada se posó en mí, y la palabra "distracción" sonó como si estuviera describiendo un hongo particularmente molesto.

​— ¡Ay, por favor! Soy mucho más que una distracción para él. Soy una crisis existencial en toda regla, un evento de nivel de extinción para su agenda de soltero empedernido — quise gritar.

— ¡Solo mirenme! Soy joven, divertida… Algo loca y a punto de una crisis nerviosa … 

— Será mejor que ya no me defiendas – le dije a mi cerebro. ¡Me estaba hundiendo!

​Jack, sin embargo, se veía tranquilo, sonrió. Fue la misma sonrisa lenta y segura que había visto en el ático, la que parecía redibujar sus facciones.

— Se ve tan guapo cuando lo hace… 

— Deja de mirarlo como una tonta Any. Recuerda… Esto no es real y terminará en tres semanas.

Me habría dado una cachetada a mi misma si no estuviera presente todo el ejército. 

​—Any no es una distracción, abuela Lila. Es más bien… un centro de gravedad. Todo en mi vida  parece girar en torno a ella. —Se giró para mirarme, y su pulgar trazó un círculo perezoso en el dorso de mi mano.

— De hecho, ella me ha hecho reconsiderar mi propia definición de "eficiencia".

—  A veces, las cosas más valiosas son las más deliciosamente ineficientes – dijo mirándome a los ojos.

Yo sonreí como una novia enamorada. 

​El silencio que siguió fue tan denso que se podría haber cortado con un cuchillo de mantequilla. 

Mi cerebro, mientras tanto, había dejado de funcionar. Se había convertido en un charco de lodo sentimental.

 — ¿Centro de gravedad? ¿Deliciosamente ineficiente? ¿Yo?

— Jack  debería escribir tarjetas de felicitación, ganaría una fortuna.

 El problema era que una parte de mí, una parte traidora y estúpida, se estaba creyendo cada palabra que él decía sobre mí. 

— Despierta Any. ¡DESPIERTA!

​Fue mi madre quien rompió el hechizo, probablemente por instinto. Porque mi padre nunca le había dicho nada tan bonito y lo escuché aclararse la garganta. 

Supongo que mamá le lanzó una de sus miradas y él deseo esconderse bajo la mesa.

​—¡Bueno! ¿Qué tal si decoramos el árbol? – dijo, levantándose de su asiento  —. Lo compramos esta mañana y necesita el toque familiar.

— No había pensado en eso. Ni siquiera estaba en mi libreta de estrategias. ​Era una trampa. 

Una trampa de mamá cubierta de espumillón y buenas intenciones. 

Iba a destrozarlo si Jack no sabía cómo hacerlo.

Aquello era una actividad forzosa de pareja diseñada para ponernos a prueba bajo el microscopio de la abuela.

 Jack pareció entenderlo al instante, porque me lanzó una mirada que decía: ¿Lista para la siguiente misión?

​Asentí, resignada. 

—¿Por qué no? Siempre he querido demostrar mi absoluta incompetencia con las luces navideñas frente a un público.

​La abuela Lila no se movió de su trono, el sillón de mi padre era su punto de control. 

Simplemente giró ligeramente la cabeza para tener una vista sin obstáculos del rincón donde se erigía el abeto, desnudo y expectante. 

Su brandy descansaba en una mesita auxiliar, desde allí lo observaría todo. 

Por un momento quise salir corriendo de la sala y esconderme en el ático.  Pero Jack apretó mi mano.

​— Tranquila —susurró Jack cerca de mi oído mientras nos levantábamos, su aliento cálido erizo la piel de mi nuca.

— Moverse como uno, ¿recuerdas? Protocolo de cohesión.

​—Mi único protocolo ahora mismo es no electrocutarme —masculle de vuelta. Él sonrió al escucharme y observar la tensión en mi cuerpo.

​La siguiente hora fue una comedia de errores perfectamente coreografiada. Mi madre nos entregó a mi hermana y a mí las cajas de adornos, cada una con más historia que un libro de texto.

​—¡Oh, miren! ¡Este es el angelito de macramé que hizo Any en segundo grado! —exclamó mi madre, sosteniendo una abominación de hilo que parecía más bien un calamar asfixiándose fuera del agua.

​Jack lo tomó con una solemnidad reverente. —Es… abstracto. Vanguardista. Me gusta. Tiene carácter. Lo pondremos al frente.

​Casi me atraganto con mi propia saliva. 

— ¿Se está burlando? Eso no tiene carácter. ¡Parece que ha sobrevivido a un apocalipsis de polillas! No puedo creer que siga vivo.

 Pero bajo la mirada atenta de la abuela, me obligué a fingir que me emocionaba volver a ver esa… horrible abominación. 

— ¡Era una niña, no pueden culparme por eso! Tampoco torturarme… Y mucho menos ante mi novio. Aunque sea falso. 

​—Jack tiene un ojo para el arte poco convencional —dije, dándole un codazo juguetón que casi lo desequilibra.

Pero eso en lugar de molestarlo lo divirtió. La estaba pasando bien. Eso podía notarlo.

​Pero el verdadero desafío llegó con las luces. 

Aquello era un enredo cósmico, una pesadilla de cables que desafiaba las leyes de la física y de la lógica. 

​—Esto es como un problema de la teoría de nudos —dijo Jack, examinando el lío con una concentración digna de una fusión empresarial—. Si aplicamos un enfoque sistemático…

​—Olvida el enfoque sistemático, Nikos. Esto requiere fuerza bruta y desesperación —repliqué, tirando de un extremo al azar y empeorando el nudo.

​Jack suspiró y me quitó el amasijo de las manos. —Permíteme. —Con una paciencia infinita, comenzó a desenredar el cableado. 

Yo me quedé a su lado, supuestamente ayudando, pero en realidad estaba demasiado ocupada observando cómo sus largos dedos trabajaban con una precisión inesperada. 

Mi hermana y su novio lo miraban también. 

El olor a pino del árbol se mezclaba con su colonia, creando un aroma que era peligrosamente adictivo.

Mis ojos se encontraban con los suyos con más frecuencia de lo que deseaba.

— ¡Mentirosa! – dijo una voz en mi cabeza — ¡Tú cállate! Y déjame mirarlo – respondí.

​—Any, querida —la voz de la abuela Lila sonó desde el otro lado de la habitación, sacándome de mi trance.

— Un buen matrimonio es como desenredar esas luces. Se necesita paciencia, trabajo en equipo y saber cuándo dejar que el otro tome la iniciativa para no acabar estrangulándose mutuamente.

​Sentí el calor subir por mi cuello. Jack me miró de reojo con una chispa de diversión en sus ojos grises. 

—Una sabia analogía, señora – dijo Jack. Mientras me miraba con una sonrisa.

— Debería estrangularte ahora Nikos. No por ser  un tonto… Sino,  por lucir tan bien.

​En un momento dado, para alcanzar una rama más alta, tuve que subirme a un pequeño taburete.

Jack se colocó instintivamente detrás de mí, puso sus manos en mi cintura para estabilizarme. 

Su contacto fue eléctrico. Firme. Sus manos sobre mi cintura me hicieron sentir tan segura que por un instante olvidé que todo era una mentira. 

El mundo entero se redujo a ese pequeño espacio, al calor de sus palmas a través de mi suéter y a su respiración constante cerca de mi espalda.

​—¿Lo tienes? —murmuró, su voz era un retumbar grave contra mi columna.

​—S-sí —tartamudeé, colgando torpemente una bola de cristal roja.

 Mi corazón latía tan fuerte que estaba segura de que él podía sentirlo a través de mi suéter.  

Me giré un poco para bajar y mi nariz rozó su mejilla. Por un segundo, ninguno de los dos se movió. 

Estábamos increíblemente cerca, lo suficiente como para ver el patrón de su iris, una tormenta de grises y azules perfectamente alineados.

La farsa, el contrato, el ático… todo se disolvió en la intensidad de su mirada. Quería inclinarme hacia delante. Quería cerrar la distancia.

​— ¡Peligro, Any peligro! – gritó mi cerebro.

​—¡Listo! —exclamé, saltando del taburete con una agilidad que no sabía que poseía.

—Un adorno perfectamente colocado. 

 Esquive su mirada para que no viera lo que había en la mía. 

Tenía que hacerlo, era demasiado evidente. 

​Jack parpadeó, como si saliera de un trance. Una lenta sonrisa se dibujó en sus labios. —Sin duda. Tu talento no conoce límites.

Cuando lo dijo hizo algo que me paralizó. Se inclinó y besó mi mejilla. Rozando el borde de mis labios.

— ¿Qué le costaba moverse un centímetro más? Mi boca no estaba tan lejos de la suya.

— ¡Deja de pensar esas tonterías Any! Recuerda… Esto es una farsa. Una mentira. 

Hice un puchero triste.

— Es verdad… Esto no es real.

Sacudí mi cabeza y me preparé para ​el gran final...  La estrella. Era una reliquia familiar, pesada y de plata.

​—Tu turno, Jack —dijo mi padre, pasándosela—. Es tradición que el hombre de la casa… bueno, ya sabes.

​Jack tomó la estrella, pero en lugar de subir él al taburete, se giró hacia mí. —Esto deberíamos hacerlo juntos. Es nuestro primer árbol.

​Mi corazón dio un vuelco.

—  Nuestro primer árbol.

 Dos palabras. Tan simples. Tan falsas. Y, sin embargo, sonaron tan dolorosamente reales.

​—De acuerdo —susurré.

​Me tendió la mano. Esta vez no fue para estabilizarme, sino una invitación. Puso la estrella en mis manos y luego me levantó con una facilidad asombrosa, como si no pesara nada. 

Solté un gritito ahogado, aferrándome a sus hombros.

​—¡Jack! ¡Avisa!

​—Confía en mí, Any —dijo.

Su rostro quedó a la altura del mío, sus ojos estaban llenos de una calidez que me desarmó por completo.

— Juntos – murmuró. Su aliento rozó mis labios y lo sentí como un beso.

​Con sus manos firmemente en mi cintura, me elevó lo suficiente para que pudiera colocar la estrella en la punta del abeto. 

Por un instante, estuve flotando, sostenida por él, con las luces parpadeantes del árbol iluminando mi rostro.

Desde el otro lado de la habitación, el silencio de la abuela Lila era más elocuente que cualquier comentario. 

Podía sentir su mirada como un rayo láser, analizando cada detalle de aquella escena de postal.

​Cuando mis pies tocaron el suelo de nuevo, me quedé un segundo más cerca de él de lo estrictamente necesario. Él no me soltó.

Aquello era un abrazo que se sentía tan real, que por un segundo desee que todo fuera verdad.

​—La estrella… la pusiste un poco torcida —susurró, su sonrisa ensanchándose en sus labios gruesos.

​—Es parte de su encanto. Es una estrella con… carácter —repliqué, haciéndome eco de sus palabras anteriores.

​Su risa fue un sonido bajo y genuino que vibró a través de mí. —Me parece justo. Tiene tu estilo.

​—Bueno, bueno —dijo la abuela Lila, rompiendo el momento. 

Se levantó de su sillón, lo que indicaba que la inspección había terminado.

— El árbol no está mal. Un poco sobrecargado para mi gusto, pero tiene entusiasmo. Es hora de que esta vieja  se retire a descansar. 

​El alivio colectivo en la habitación fue palpable. Mi hermana y yo nos dedicamos una mirada cómplice.

Mis padres le desearon buenas noches con una  sonrisa.

Mi hermana y su novio también se fueron a dormir.

Jack y yo nos quedamos solos en el salón, junto al árbol de Navidad torpemente perfecto. 

La tensión del "deber ser" se había ido, había sido reemplazada por algo mucho más complicado: la tensión del "querer ser".

​—Misión cumplida, creo —dije en voz baja, sin atreverme a mirarlo.

​—Lo hemos conseguido —confirmó él—. Sobrevivimos a la inspección de tu abuela.

​—No te confíes tanto, Nikos. Esto ha sido solo una batalla. Ganamos una, la batalla del árbol…

— Pero mañana podría ser el interrogatorio del desayuno y después se le ocurrirá otro y otro…

​Él se rió. —Estaré preparado.

​El silencio se instaló de nuevo entre nosotros, lleno de todo lo que no queríamos decir. Finalmente, reuní el valor para mirarlo.

​—Lo de antes… gracias. Por… ya sabes, levantarme y… por no dejarme caer.

​Su expresión se suavizó. Dio un paso hacia mí, borrando la distancia segura que yo había intentado mantener.

​—Any —dijo, su voz seria de nuevo—. Nunca te dejaría caer.

​Antes de que pudiera procesar sus palabras, antes de que mi escudo de sarcasmo pudiera volver a levantarse, inclinó la cabeza y me besó en la boca.

​No fue como el beso del ático, que fue una declaración de intenciones, un pacto.

Este fue diferente. Fue lento, tierno y profundo. No era para las cámaras, no era para la abuela, era para mí.

Las luces del árbol de Navidad arrojaban sombras danzantes sobre nosotros, y por un momento, me permití creerlo. 

Me permití responder, olvidar el contrato en mi bolso y simplemente sentir.

 Sentir sus labios sobre los míos, su mano subiendo para acunar mi mandíbula, su pulgar acariciando mi mejilla.

​Cuando se apartó, ambos estábamos sin aliento. Sus ojos grises buscaron los míos, llenos de una pregunta que yo no me atrevía a responder.

​—Buenas noches, Any —susurró.

​—Buenas noches, Jack —respondí, mi voz era apenas un hilo.

​Subió las escaleras hacia el ático, dejándome sola en el resplandor de nuestro primer y  falso árbol de Navidad. 

Toqué mis labios, que aún hormigueaban.

— ¿Qué está pasando? 

 La línea entre la farsa y la realidad  se había borrado por completo. 

— Esto no estaba en el contrato. Jack Nikos es el mismo CEO que veía en el ascensor con sus ojos fijos en su teléfono…

— El mismo que parecía ignorarme…

— ¿Qué cambio ahora? ¿Está jugando conmigo o todo esto es parte de su plan para hacerlo creíble?

Mientras miraba la estrella torcida que habíamos puesto juntos, una aterradora y emocionante verdad se apoderó de mí: había dejado de actuar para sentir. 

El problema era que no estaba segura de cuándo empecé a hacerlo, ni desde cuando Jack lo había hecho.

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