La atmósfera en la sala de juntas era pesada. La tensión entre Luna y Damián era palpable, como si un campo magnético invisible los rodeara. Luna entrelazó los dedos sobre la mesa de cristal mientras observaba a Damián con una expresión indescifrable. Sus ojos verdes brillaban con determinación, pero en el fondo, una parte de ella sentía una inexplicable inquietud.
Damián, por su parte, mantenía la compostura. Vestido con un traje oscuro impecable, su porte emanaba poder y control. Sin embargo, en su interior, una tormenta se desataba. Su instinto le decía que Luna era diferente, que había algo en ella que lo atraía y, al mismo tiempo, lo ponía en guardia.
El sonido de un bolígrafo chocando contra la mesa rompió el silencio. Luna tomó aire y miró fijamente a Damián antes de hablar.
—Señor Blackwood, he analizado su propuesta con detenimiento —dijo con voz firme, pero sin perder la cortesía—. Su empresa representa un socio estratégico con grandes posibilidades de crecimiento, y su inve