Damián no pudo ocultar su sorpresa al verla. Sabía que Luna vivía en la misma ciudad, pero había pasado diez años negándose a buscarla, a confirmar cómo estaba. Había preferido mantenerse en la sombra, observando desde la distancia sin intervenir. Pero ahora estaba allí, frente a él, convertida en una mujer de negocios, poderosa y segura de sí misma.
Se reprochó internamente su propia necedad. Quizás, si hubiera sido más fuerte, si no hubiera temido enfrentar su pasado, este encuentro no lo habría tomado por sorpresa. Un suspiro pesado escapó de sus labios mientras sus dedos jugaban distraídamente con un lápiz que descansaba sobre la mesa de la sala de juntas.
Sin darse cuenta, lo apretó con tanta fuerza que el delgado pedazo de madera y grafito se partió en dos con un chasquido seco.
Su amigo y consejero, Sebastián, alzó una ceja y lo miró de reojo.
—¿Qué te sucede? —preguntó con suspicacia, inclinándose levemente hacia él.
Damián se quedó en silencio por un momento, cerrando los ojo