Alessia llegó al castillo con el corazón acelerado, el eco de sus pasos resonando en el suelo de piedra mientras el aire nocturno aún le quemaba los pulmones.
La gran puerta se abrió y, al otro lado, Lucien aparecía justo en el instante en que se disponía a salir.
Se detuvo en seco.
Su rostro, marcado por horas de preocupación y miedo, cambió por completo al verla.
Había estado tan asustado, tan consumido por la incertidumbre, que por un instante creyó que su corazón iba a estallar.
Pero entonces la vio… y vio a Denna, la loba que llevaba en su interior, imponente, con ese brillo feroz en los ojos. Algo en él se encendió.
Lucien corrió hacia ella sin pensarlo. El abrazo fue inmediato, intenso, como si necesitara comprobar que era real, que estaba viva.
Sintió cómo la loba ronroneaba suavemente, transmitiendo un calor profundo que no provenía solo del cuerpo, sino de ese vínculo que iba más allá de la carne y la sangre: una conexión directa al corazón y al alma.
—¡Mi Alessia! —susurró