Cuando llamaron a la habitación, Lucien entró con paso firme, su presencia, llenando el espacio con un aura de protección y autoridad.
Al ver a su hija, el corazón se le encogió; su mirada se suavizó mientras avanzaba hacia ella.
Sin dudarlo, la tomó entre sus brazos y la sostuvo con fuerza contra su pecho, como si quisiera absorber todo el dolor y la angustia que percibía en ella.
—Mi pequeña princesa —susurró, dejando escapar un hilo de voz quebrada por la preocupación y el amor.
—Padre —respondió Eyssa, con un hilo de voz, mientras sus manos temblorosas se aferraban a su ropa.
Lucien besó suavemente su frente y luego su mejilla, acunando su rostro entre las palmas de sus manos, y un dolor punzante le atravesó el pecho al verla tan herida, tan vulnerable, como si cada golpe de la vida la hubiera dejado fragmentada.
—Quieren que te cases con Hester —dijo, su voz cargada de gravedad—, pero… ¿Tú quieres eso, hija? Si me dices que no, lo anulo todo en este instante. Te irás conmigo, y n