Mahi miró a Eyssa detenidamente, y por primera vez permitió que su rostro mostrara una sonrisa genuina, cálida y tranquila.
Había algo en la joven princesa consorte que la sorprendía: no solo era hermosa, sino que en sus ojos había una fuerza serena, una determinación silenciosa que hablaba más que cualquier palabra.
Era el tipo de fuerza que podía sostenerse ante cualquier tormenta, y Mahi lo reconoció de inmediato.
Juntas salieron del castillo, dejando atrás los pasillos fríos y las sombras de la corte.
El viento de la tarde jugaba con los cabellos de Eyssa, y Mahi no pudo evitar notar cómo su porte y su elegancia natural hacían que cada paso pareciera medido, seguro, pero lleno de gracia.
Era evidente que no se dejaba intimidar fácilmente; y eso llenó de tranquilidad a Mahi, al menos en parte.
—Princesa Eyssa —dijo Mahi con voz firme, aunque cargada de emoción—. Mi hijo es un lobo admirable, con lealtad y amor sinceros en su corazón. Como cualquier ser, puede cometer errores, pero