Cuando el doctor se fue, Narella permaneció en silencio.
El leve chasquido de la puerta al cerrarse pareció resonar como un eco interminable en la estancia. Se quedó de pie, inmóvil, observando a Alessander.
El príncipe yacía sobre la cama, dormido, su rostro pálido contrastando con las sábanas de lino blanco.
A pesar de su debilidad, su pecho subía y bajaba con lentitud, como si cada respiración fuera un esfuerzo titánico.
El corazón de Narella latía con fuerza, pero no era solo el suyo… dentro de ella, Nya, su loba interior, se agitaba, aullando con desesperación, con un llamado salvaje y visceral.
—Es nuestra pareja —susurró Nya desde lo más profundo de su ser—. Quiero aparearme con él… lo deseo, lo necesito.
Narella sintió cómo le faltaba el aire. La presión en su pecho era tan intensa que por un momento pensó que caería de rodillas. El dolor emocional se mezclaba con un fuego inexplicable en su sangre, un deseo instintivo que no podía controlar.
Sí, amaba a Alessander, más allá d