El viento soplaba suave, perfumado con flores de luna y promesas eternas. La ceremonia estaba envuelta en un silencio sagrado. Todos los presentes contenían la respiración cuando la Sacerdotisa de la Diosa Luna alzó la voz, marcando el destino de los enamorados.
—Elara de Golden, ¿aceptas a Jarek Rosso como tu legítimo esposo? ¿Prometes amarlo, serle fiel y cuidarlo hasta el último día de vida que la Diosa Luna te permita?
Elara alzó el rostro. Sus ojos brillaban con lágrimas contenidas, pero su sonrisa era serena, poderosa, como si el universo entero se confirmara en ese instante.
—Acepto —susurró, y su voz tembló solo un poco, como el corazón de quien ama con todo el alma.
Un murmullo suave recorrió a los testigos como una caricia. Luego, la Sacerdotisa giró hacia él.
—Jarek Rosso, ¿aceptas a Elara como tu Luna y legítima esposa? ¿Prometes amarla, serle fiel y cuidarla hasta el último aliento que la Diosa te permita?
Él no dudó. No parpadeó. La miró con esa intensidad que tantas vece