Al caer la tarde, en los aposentos perfumados de hierbas y flores secas, Eyssa se encontraba frente a Mahi.
La luz del fuego de la chimenea dibujaba sombras en el suelo, y cada chispa parecía un presagio.
La voz de la mujer rompió el silencio, cargada de angustia.
—Eyssa… —susurró, con un tono que helaba la sangre—. Siento que Bea está planeando algo.
Un escalofrío recorrió la espalda de la joven loba. Se giró para mirarla con los ojos muy abiertos, el corazón desbocado.
—¿Planeando? —repitió, con un hilo de voz.
Mahi asintió, los labios temblorosos.
—Sí, hija… Todo gira en torno al trono. Por derecho legítimo le corresponde a mi hijo. Es la ley de la manada. Pero si él muere… o si el rey lo declara un traidor indigno… entonces el poder caería en manos de Heller. —Su voz se quebró, y sus ojos se empañaron de lágrimas—. Presiento que Bea está dispuesta a todo para lograrlo.
Eyssa sintió a su loba interior rugiendo, revolviéndose en su pecho como un eco de alarma. La Diosa Luna parecía