Cuando Crystol dio el primer discurso, el aire en el puerto se volvió denso, cargado de gritos, murmullos y abucheos.
El pueblo estaba demasiado alterado, nadie quería escuchar excusas ni discursos vacíos después de tanto sufrimiento.
La marea de voces indignadas se alzaba como un rugido implacable, un coro de desconfianza que parecía romper cada palabra que salía de los labios del Rey.
De pronto, entre la multitud apareció Hester, caminando con la firmeza de quien carga el peso de un destino inevitable. A su lado iba Eyssa, serena, pero con la fuerza de una loba que no conocía el miedo.
La presencia de ambos fue como un golpe de viento que recorrió a todos los presentes; el pueblo, sorprendido, bajó la voz.
Los ojos se clavaron en ellos, y por un instante, el silencio reinó.
Bea, desde su posición privilegiada, abrió los ojos con asombro y rabia contenida.
No esperaba que Eyssa apareciera con tanta seguridad, como si tuviera el derecho de estar ahí, al lado de su príncipe.
Sin embarg