En el Reino Rosso...
Elara caminaba entre los muros de piedra del antiguo castillo con el corazón en un puño.
El ambiente olía a lluvia contenida y a guerra inminente. Cuando finalmente la vio, su pecho se apretó.
—¡Alessia!
La joven se volvió al escuchar su voz, y apenas la reconoció, corrió hacia ella como si aún fuera una niña perdida. La abrazó con fuerza, temblando.
—¡Madre…!
Elara la sujetó de los hombros, la separó apenas y buscó su rostro. Sus lágrimas no mentían. Había dolor… y culpa.
—Hija… dime, por favor. ¿Qué está pasando? ¿Por qué arrestaste a Lucien? ¿Por qué dejaste que Aren tomara el mando del ejército? ¡Dime que no es cierto lo que escuché!
Alessia bajó la mirada. Su cuerpo entero se tensó.
—Madre… Lucien… él… —la voz se le quebró—. Tiene una amante. Siempre lo supe, desde la noche de bodas he soportado este dolor que me mata lentamente, en silencio cada noche… pero ahora… ahora está esperando un hijo con ella.
Elara palideció. Por un instante, pareció que el mundo