Thorner se alejó sin decir palabra. Su respiración era agitada, su pecho subía y bajaba como si contuviera un volcán a punto de estallar.
En su interior, su lobo rugía con una furia contenida, deseando salir, desgarrar, vengar.
El traqueteo de su corazón no era miedo… era rabia, pura y ardiente rabia.
Su mirada estaba oscurecida por el dolor y la desilusión.
Apretó los puños, clavando las uñas en sus palmas, como si así pudiera contener el temblor que lo sacudía por dentro.
Con paso firme, pero lento, se dirigió al frente de su ejército.
Los lobos lo vieron llegar, y al sentir su energía pesada, se apartaron con respeto.
Thorner, el legendario Beta, el brazo derecho del Rey Alfa, había regresado… pero no con noticias de victoria, sino con una verdad que dolía como una herida abierta.
—¡Necesito que me escuchen! —dijo, alzando la voz con autoridad, aunque el temblor en su garganta lo traicionaba—. Fui el Beta de esta manada. La mano fiel del Rey Alfa… ¡Confíen en mí, como lo hicieron a