Alessia corría por los pasillos del palacio con el corazón acelerado, las manos temblorosas y la mente enfocada en una sola cosa: llegar al ala médica donde su padre, el rey, luchaba por su vida. La guerra había estallado, y el peligro acechaba en cada rincón.
Pero justo antes de cruzar el umbral, su cuerpo fue detenido en seco. Una emboscada.
Un grupo de Darkness emergió de las sombras como bestias hambrientas, rodeándola sin piedad.
—¡Malditos! —rugió Alessia, desenvainando su daga con rabia.
Peleó con fuerza, sus movimientos eran precisos, veloces, impulsados por la furia y el miedo. Logró derribar a varios enemigos, pero por cada uno que caía, dos más aparecían. Estaban bien entrenados… y eran muchos. Demasiados.
Uno de ellos logró sujetarla por detrás, inmovilizándola con fuerza brutal. Alessia forcejeó, gritando, tratando de invocar a su loba interior, pero el miedo comenzaba a nublarle la mente. Sus energías flaqueaban. Su respiración se agitó.
—¡Denna! —gritó desde lo más prof