—¿Quién eres tú? —gruñó Jarek con los ojos entrecerrados, apenas incorporándose de la cama revuelta—. ¿Por qué estás aquí? ¿¡Qué haces en mi cama!?
La joven, envuelta en la sábana como si fuera una pecadora frente al verdugo, bajó la mirada. Sus labios temblaban y en sus ojos se asomaban lágrimas que no tardaron en rodar por sus mejillas.
—Su Majestad... yo… —sollozó—. Fue usted quien me lo pidió… ¡Usted me deseó! ¿Ya no lo recuerda? ¡Mire las sábanas! —Se apartó el lino con manos temblorosas, dejando a la vista la mancha escarlata—. Usted fue mi primero…
El corazón de Jarek se paralizó al ver el rojo sobre el blanco. Una imagen vaga cruzó por su mente como un rayo: un beso robado, una copa, la música… y luego, el vacío.
—¡Mentira! —bramó, retrocediendo como si la escena le quemara—. ¡Largo! ¡Fuera de aquí, ahora mismo!
La joven se vistió con lentitud, como si cada prenda fuera una victoria.
Cuando la puerta se cerró tras ella, su llanto cesó como si nunca hubiese existido. En su rostr