Narella abrió los ojos bruscamente.
Su cuerpo temblaba, su pecho subía y bajaba con fuerza, como si acabara de correr kilómetros en la niebla. Pero no tenía miedo. Todo lo contrario… una sonrisa temblorosa se formó en sus labios.
—La tengo… —susurró—. ¡Tengo una loba! ¡Tengo una loba real!
Por primera vez en mucho tiempo, una chispa de esperanza ardía en su corazón.
***
A la mañana siguiente, en otra ala del castillo…
Elara observaba por la ventana, su mirada perdida en el horizonte helado. Había tomado una decisión difícil, pero sentía que no tenía más opción.
Llamó a una doncella.
—Traigan a mi hija.
Minutos después, Alessia entró con el rostro tenso. Aún no le hablaba con naturalidad a su madre desde la última discusión.
La joven tenía el corazón herido y el orgullo en guerra.
—¿Qué quieres, madre? —preguntó con frialdad.
Elara la invitó a sentarse a su lado, intentando suavizar su tono.
—Necesito que me escuches, hija. He tomado una decisión por tu bien.
—¿Qué decisión?
—Te casarás