Los guardias irrumpieron en la habitación con pasos pesados.
Sus miradas eran duras, implacables, y sus manos sujetaban firmemente a la princesa.
Eyssa, la princesa consorte, apenas podía mantenerse firme mientras era conducida hacia la salida; sus ojos brillaban de miedo y desesperación, y su respiración era entrecortada, temblorosa, mientras sentía la crudeza de las manos de los guardias sobre su cuerpo.
Antes de que la puerta se cerrara por completo tras ellas, un guardia alzó la voz con respeto reverencial:
—Su majestad quiere verlo, su alteza real.
Heller asintió, la tensión en sus hombros.
Su corazón latía con fuerza contenida, una mezcla de ansiedad, rabia y dolor que se reflejaba en la línea dura de su mandíbula.
Sus pasos eran firmes mientras se dirigía hacia el salón del trono, cada paso resonando con una determinación fría y calculadora.
En el camino, Irina lo observaba desde un rincón, y su sonrisa era lenta, cruel, cargada de satisfacción.
Los ojos de Irina brillaban con