Desde niña, Natalia fue criada en la pobreza, creyendo que sus padres murieron en un accidente. Sin embargo, al cumplir 23 años, descubre la verdad: es la hija del multimillonario Esteban Montalvo, quien la creyó muerta tras un secuestro. Pero Natalia no busca amor paternal, sino venganza. Ocultando su identidad, se infiltra en la empresa de su padre para destruirlo, solo para descubrir que el verdadero enemigo siempre estuvo más cerca de lo que imaginó.
Leer másEl viento helado de la madrugada silbaba entre los edificios viejos del barrio donde Natalia había crecido. Las calles estaban húmedas por la reciente lluvia, reflejando las luces mortecinas de los postes. A pesar del frío que se filtraba en sus huesos, ella caminaba con pasos decididos, sujetando la pequeña bolsa de compras contra su pecho. La vida nunca había sido fácil, pero ya estaba acostumbrada. Sin embargo, en el fondo de su alma, siempre sintió que algo no encajaba, como si su destino estuviera esperando por ella en algún otro lugar.
Desde que tenía memoria, su mundo había sido aquel diminuto apartamento en las afueras de la ciudad, donde su madre adoptiva, doña Rosario, la había criado con lo poco que tenía como su propia hija. Nunca hubo lujos ni comodidades, pero tampoco faltaron el amor y las enseñanzas. Fue una niña feliz, llena de risas y juegos en las calles del barrio, pero en su interior siempre sintió una tristeza inexplicable, una sensación de ausencia que no lograba comprender. Rosario le inculcó valores, le enseñó a luchar y a valerse por sí misma. Sin embargo, a sus 23 años, Natalia sentía que la vida aún le debía algo. Esa sensación de vacío la perseguía en cada esquina, como un susurro en la oscuridad que le recordaba que había algo más allá de lo que conocía.
Trabajaba en una cafetería, un sitio modesto donde pasaba horas sirviendo café y atendiendo clientes con su mejor sonrisa. No era el empleo de sus sueños, pero le permitía sobrevivir y ayudar a Rosario, quien cada día se veía más frágil. Aunque solía recibir la amabilidad de la gente sencilla, notaba con frecuencia el desdén de aquellos con más recursos. No la trataban con crueldad directa, pero la hacían sentir invisible, como si su presencia fuera insignificante. Esa sensación de desprecio se acumulaba en su interior, alimentando una herida silenciosa.
Sus días transcurrían en una rutina monótona, entre las charlas con los clientes habituales y las largas horas de pie, hasta que una noche, al llegar a casa, encontró a la anciana sentada en el viejo sillón de la sala, con una carta entre las manos temblorosas y una expresión que mezclaba angustia y culpa.
—Mi niña... —susurró Rosario, mirándola con los ojos cargados de emoción.
Natalia frunció el ceño, dejó las compras sobre la mesa y se acercó.
—¿Qué pasa, mamá? ¿Te sientes mal?
La anciana negó con la cabeza y le extendió la carta.
—Es hora de que conozcas la verdad.
El corazón de Natalia latió con fuerza. Se sentó a su lado y tomó la carta con dedos temblorosos. Su mirada recorrió las palabras escritas con tinta ya desvaída.
"Natalia, si estás leyendo esto, significa que Rosario ha decidido contarte lo que he guardado todos estos años. No sé cómo empezar ni cómo enfrentar la culpa que me consume, pero la verdad es esta: no eres mi hija biológica. Te encontré cuando eras solo una bebé, abandonada en la orilla del río después de un secuestro que salió mal. Creí que habías sido dejada para morir, pero eras fuerte. Te llevé conmigo, te crié como mía y nunca tuve el valor de decirte la verdad. Tu verdadero padre es Esteban Montalvo."
Las letras comenzaron a volverse borrosas ante la incredulidad de Natalia.
—¿Qué... qué significa esto? —murmuró, sintiendo su respiración entrecortarse.
Rosario le tomó las manos con fuerza.
—Significa que toda tu vida te han mentido, hija.
El nombre de Esteban Montalvo no era desconocido para ella. Todos en la ciudad sabían quién era: el magnate más poderoso del país, dueño de un imperio que abarcaba desde hoteles de lujo hasta compañías petroleras. Un hombre cuya riqueza parecía no tener límites.
Pero más allá de su fortuna, tenía fama de ser despiadado. Era temido, respetado... y, ahora, resultaba ser su padre.
—No... esto tiene que ser un error —susurró, poniéndose de pie bruscamente.
Rosario negó con tristeza.
—No lo es. Esteban creyó que habías muerto cuando te secuestraron. Juana fue quien te encontró y te crió durante los primeros años. Tu madre biologica... ella nunca dejó de buscarte, Juana pensó que lo mejor era mantenerte oculta, pero tu madre no pudo soportar tu perdida y enfermó. Murió creyendo que nunca volvería a verte.
Natalia sintió una opresión en el pecho. Un torbellino de emociones la invadió: incredulidad, enojo, tristeza. Todo lo que creía cierto se derrumbaba ante sus ojos.
—¿Por qué nunca me lo dijiste? —preguntó con la voz quebrada.
—Porque tenía miedo de perderte. Temía que me odiaras.
Natalia no supo qué responder. Parte de ella quería creer que había una explicación, que su destino no había sido sellado desde su infancia. Pero otra parte... otra parte hervía de rabia.
Su padre era un hombre poderoso, influyente. ¿Cómo pudo darla por muerta tan fácilmente? ¿Cómo pudo continuar con su vida como si nada? Si realmente la había buscado, ¿por qué nunca la encontró?
Los recuerdos de su infancia vinieron a su mente con una nitidez dolorosa: los años difíciles, los momentos en que se preguntaba por qué su vida era tan diferente a la de los demás. Ahora tenía la respuesta, pero no era la que esperaba ni la que quería. No podía simplemente aceptar que todo esto había sido un error del destino. No podía perdonar tan fácilmente.
—Necesito respuestas —declaró, con la mandíbula tensa.
Rosario la miró con preocupación.
—No hagas nada impulsivo, Natalia.
Pero ya era demasiado tarde. Una semilla de venganza acababa de germinar en su interior.
Si Esteban Montalvo creía que su hija estaba muerta, entonces así seguiría siendo. Porque Natalia no buscaría recuperar el tiempo perdido. No quería amor ni un reencuentro emocional.
Quería justicia. Quería verlo caer.
Y, para ello, primero debía infiltrarse en su mundo.
Observó la carta una última vez antes de guardarla en su bolsillo. La decisión estaba tomada. No había vuelta atrás. Desde esa noche, Natalia dejó de ser quien era para convertirse en alguien dispuesto a enfrentar su destino, incluso si eso significaba destruir al hombre que le había dado la vida.
El disparo retumbó en el almacén como un trueno en la distancia. Iván sintió cómo el tiempo se ralentizaba. Vio a Montalvo con el arma aún alzada, el humo saliendo de la boca del cañón. Sintió el aire tenso, cargado de peligro y muerte.Pero el dolor no llegó.Porque no era él quien había recibido la bala.- ¡Elisa!Su voz fue un rugido cuando la vio caer.Elisa había corrido hacia él en el último segundo, lanzándose contra Montalvo con el trozo de metal oxidado. Había logrado distraerlo, pero a un alto precio.Ahora, yacía en el suelo, con una mancha carmesí extendiéndose sobre su costado.Iván no pensó. No dudó.Con una furia inhumana, se lanzó sobre Montalvo.El impacto los derribó a ambos, rodando por el suelo. La pistola de Montalvo cayó de su mano y se deslizó lejos, fuera de su alcance. Ahora era solo una pelea de fuerza bruta.Iván golpeó. Una, dos, tres veces. Sentía el crujido de los huesos bajo su puño, pero no se detuvo.- ¡Por ella, maldito! ¡Por todo lo que hiciste!Mont
El viento frío de la noche golpeaba el rostro de Iván mientras permanecía de pie en el borde del camino de tierra. Sus ojos escaneaban el área con una intensidad depredadora. Sabía que Elisa estaba cerca. Sabía que Montalvo lo estaba esperando. Pero eso no importaba.- Iván, esto es una trampa. - Samuel habló con urgencia, con la mano sobre su pistola. - Montalvo quiere que vayas solo.- Lo sé.Samuel frunció el ceño.- Entonces, ¿por qué sigues con esto? Debemos idear un plan, buscar apoyo, esperar el momento adecuado.Iván giró la cabeza y lo miró con una dureza implacable.- Elisa no tiene tiempo para eso.Samuel suspiró, sabiendo que no podía hacer cambiar de opinión a su amigo.- ¿Al menos dime que vas armado?Iván sacó la Glock de su cinturón y revisó el cargador.- Siempre.Samuel apretó los labios.- Voy contigo.Iván negó con la cabeza.- No. Necesito que cubras la salida. Montalvo querrá cerrarnos el paso.Samuel dudó un segundo, pero asintió.- No hagas ninguna estupidez.I
Los segundos parecían alargarse en una eternidad. El sonido de las armas siendo recargadas, los cuerpos tensos listos para atacar o defenderse, y en el centro de todo, Montalvo, sonriendo como si aún tuviera la ventaja.- Debo admitirlo, Iván. - Su tono era tranquilo, casi divertido. - Han logrado sorprenderme. Pero eso no cambia nada. ¿De verdad creen que pueden ganarme?Iván no respondió de inmediato. Escudriñó la sala, asegurándose de que todos estuvieran preparados. Samuel estaba a su lado, sujetando el arma con firmeza. La hermana de Elisa se mantenía oculta detrás de un mueble, lista para actuar si era necesario. Sus hombres, los refuerzos que había logrado reunir, apuntaban directamente a los secuaces de Montalvo.- Se acabó. - Iván habló con voz firme. - Ríndete y tal vez logres salir con vida de esto.Montalvo soltó una carcajada, un sonido seco y afilado.- ¿Rendirme? - Su mirada se oscureció. - Crees que esto ha terminado, pero en realidad, apenas empieza.De pronto, un sil
El eco de los pasos resonaba con intensidad en el pasillo. Iván, Samuel y la hermana de Elisa se prepararon para lo peor. Sabían que enfrentarse a Montalvo significaba enfrentarse a todo su poder, a su influencia y a sus secuaces, pero ya no había marcha atrás.Montalvo sonrió de lado al ver cómo su gente rodeaba a los intrusos. Su confianza era inquebrantable, como si ya hubiera ganado antes de que la lucha siquiera comenzara.- Me sorprende su terquedad. - Susurró, cruzándose de brazos. - Han llegado hasta aquí solo para ser derrotados. ¿De verdad creyeron que podrían cambiar algo?Iván escudriñó la habitación, buscando una posible salida. Pero con cada segundo que pasaba, la presión aumentaba. La única forma de salir de ahí sería luchando, y lo sabían.- No hemos venido a perder. - Respondió Iván con firmeza, manteniendo la mirada fija en Montalvo. - Si tú piensas que tienes el control, entonces te estás engañando a ti mismo.Montalvo soltó una carcajada.- ¿Y quién, si no yo, tien
El aire se tensó al instante cuando Montalvo apareció, su figura imponente recortada contra la tenue luz que se filtraba desde un lado de la habitación. Iván, Samuel y la hermana de Elisa se quedaron inmóviles, sus corazones latían más rápido con cada segundo que pasaba. La presencia de Montalvo era aplastante, su mirada fría y calculadora fija en ellos.- Pensé que ya no quedarían más sorpresas. - La voz de Montalvo fue baja, casi burlona, como si hubiera estado esperando su llegada. - Pero aquí están, justo donde quería que estuvieran.Iván apretó los dientes. No podía permitir que el miedo lo paralizara. Sabía que Montalvo disfrutaba con este tipo de situaciones, donde las personas se sentían atrapadas, sin salida. Pero Iván no era tan fácil de intimidar. No esta vez.- ¿Qué quieres, Montalvo? - Iván mantuvo la voz firme, a pesar de que sus nervios lo recorrían. Cada palabra del enemigo era como una puñalada en la confianza que estaba tratando de construir.Montalvo hizo una pausa,
El cuarto estaba oscuro, pero Iván podía distinguir las siluetas de sus compañeros a medida que sus ojos se acostumbraban a la penumbra. Aún sentía la presión de los momentos que acababan de pasar. Las respiraciones entrecortadas de la hermana de Elisa y Samuel indicaban que todos ellos compartían la misma ansiedad. Se habían logrado esconder a tiempo, pero el peligro seguía acechándolos. Montalvo no dejaría de buscarlos. Esa era una verdad irrefutable.La hermana de Elisa rompió el silencio con un suspiro, su voz temblorosa, llena de incertidumbre.- ¿Qué vamos a hacer ahora? - Preguntó, mirando a Iván. Su tono reflejaba la desesperación que había comenzado a calar hondo en su ser.Iván permaneció en silencio unos momentos, su mente procesando las opciones que tenía ante sí. La pregunta que le hacía la hermana de Elisa era difícil, casi imposible de responder con certeza. Sabía que el tiempo jugaba en su contra. Cada segundo que pasaba los acercaba más al momento en que Montalvo los
Último capítulo