El silencio se extendió por la cabaña como un eco lento. Las llamas de las velas titilaban. El agua del cuenco comenzó a agitarse, sin que nadie la tocara.
Ailén volvió a colocar las manos sobre el libro, pero este se cerró de golpe con un sonido seco. Las runas grabadas en su tapa brillaron con una luz azulada y luego se apagaron por completo.
—Ha hablado lo que debía —dijo con voz baja—. Por ahora.
Lucía dio un paso adelante, inquieta.
—¿Y si esa elección ya está en marcha? ¿Y si ya hemos cruzado un umbral sin saberlo?
Amadeo se tensó, con los ojos clavados en Darek.
—El Abismo no olvida a los suyos… ni los deja ir con facilidad.
Darek apretó la mandíbula. Se giró lentamente hacia Elena, como si quisiera decirle algo, pero no lo hizo. En lugar de eso, se alejó unos pasos del círculo. El libro aún vibraba, como si reaccionara a su proximidad.
Elena lo notó. Lo sintió en la piel. Esa energía densa, contradictoria… como si el poder dentro de Darek estuviera luchando contra sí mismo.
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