Grietas que pueden ser puertas.
La puerta de la cabaña se abrió sola antes de que alguien tocara.
Una mujer de cabello blanco como la espuma del mar los esperaba del otro lado. Su presencia era serena pero poderosa, como si la bruma misma obedeciera a su voluntad.
—Han tardado —dijo Ailén, su voz cargada de ecos—. El libro lleva días despierto… y no le gusta lo que está por venir.
Elena se adelantó, sujetando el libro con ambas manos.
—¿Puedes leerlo?
Ailén la observó con detenimiento. Luego asintió.
—Puedo. Pero no será fácil. Algunos secretos solo se revelan con sangre.
Sus ojos se detuvieron en Darek. Lo escaneó sin ocultar su incomodidad.
—Tú… deberías tener cuidado al cruzar este umbral. Lo que llevas dentro no ha sido sellado. Y este lugar… no tolera grietas abiertas.
Darek no respondió. Pero Elena sintió cómo su corazón se aceleraba.
Lucía dio un paso al frente.
—¿Qué significa eso?
Ailén desvió la mirada hacia el mar.
—Que el abismo no necesita abrir una puerta… si ya hay grietas…
Y con esa frase, se dio la