Epilogo

El campo de batalla estaba en silencio.

No ese silencio limpio de la paz, sino el sucio, el denso, el que viene después del grito más fuerte. Un silencio que carga los nombres de los que ya no están.

Las brasas aún chispeaban entre los escombros. El altar del Abismo, destruido. El árbol prisión donde Nyara dormía atrapada, brillaba con una luz débil. El cielo, antes oscuro, comenzaba a abrirse, como si el mundo respirara al fin.

Aren caminaba entre los suyos, herido, con los hombros bajos y la mirada ausente. Había perdido a más de la mitad de su manada.

Lucía no se separaba de Amadeo, que ahora estaba despierto, aunque débil. Él le tomaba la mano en silencio, como si hablar rompiera algo que todavía necesitaban sostener.

Kae

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