Esa noche Elena tuvo un sueño cálido.
Un fuego suave, sin llama visible, que la envolvía como un recuerdo que aún latía.
Estaba en una llanura blanca. No había cielo ni suelo. Solo niebla suspendida y silencio.
Y entonces lo vio.
Darek.
De pie. Entero. Con la ropa aún manchada por la batalla, pero sin heridas. La miraba como si llevara siglos esperándola.
—¿Esto es real? —preguntó ella, con la voz temblorosa.
—Es un sueño —dijo él—. Pero eso no lo hace menos real.
Elena avanzó. Quiso tocarlo, abrazarlo, pero temía que desapareciera como humo.
—¿