La noche olía a despedida.
En el corazón del claro, Elena y Amadeo se mantenían uno frente al otro, rodeados por los restos de lo que alguna vez fue un refugio. La magia se había agotado allí, como si incluso el bosque hubiera perdido la fe en ellos.
—Los dos están en peligro —dijo Elena, con los ojos fijos en el horizonte—. No podemos perder tiempo decidiendo a quién ir primero.
—No. —Amadeo asintió—. Hay que separarnos.
Elena tragó saliva. Sabía que lo que proponía era necesario, pero no por eso dolía menos.
—Darek cree que está solo, que su oscuridad es peligroso para los que ama. Si no lo encuentro… puede perderse para siempre.
—Y Lucía… —la voz de Amadeo se quebró apenas— está cayendo. Esta dolida. Siente que no es vista o valorada.
Elena le tocó el brazo con suavidad.
—Tú la ves, Amadeo. Siempre la viste. Solo no supiste cómo decírselo.
—Agradezco que me protejas, de verdad… pero no si eso lastima a mi hermana.
Él bajó la mirada, y por un instante, el ángel caído par