La tensión era irrespirable.
Amadeo se mantenía firme, de pie frente a ellos, pero su aura —siempre majestuosa, estable— vibraba con una inestabilidad inusual. Como si lo que estaba a punto de decir amenazara con romper su propia identidad.
Elena no lo dejaba de mirar, ni por un segundo.
Lucía, más pálida que de costumbre, había tomado distancia, pero su mirada era más afilada que nunca.
Y Darek… permanecía en silencio. Los puños apretados. El corazón latiéndole en la garganta.
—Entiendo que quieras protegernos pero tengo derecho a saber.
Amadeo bajo la mirada, negando con la cabeza.
—Está bien. —dijo finalmente Elena. —Solo dime una cosa y espero que sea la verdad.
—. ¿Si mi padre es el traidor, Darek y yo…?
—¿Quién soy yo? —agregó él, con voz baja. No enojado, sino herido. Desarmado.
Amadeo exhaló lentamente. Sus ojos se posaron en cada uno de ellos, como si buscara medir las consecuencias antes de liberarlas.
—Darek no es hijo del traidor. No de sangre al menos. Su padr