El silencio posterior al hechizo era espeso, como si incluso el templo contuviera el aliento.
Ailén observaba la piedra flotante ahora reposando en el centro del círculo. El resplandor blanco aún latía suavemente, como una herida recién cerrada. Elena permanecía de pie frente a ella, con la mirada fija en las runas, pero los músculos tensos. No se había movido desde que el conjuro se completó.
Darek, apoyado contra una de las columnas, la vigilaba en silencio. Aunque Ailén los estaba ayudando, ella los había traicionado antes, no podía confiar ciegamente en ella.
Ailén lo sintió también. La conversación que las dos evitaban desde hacía días ya no podía aplazarse.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Elena de pronto, sin girarse—. ¿Por qué la liberaste?
Ailén suspiró. Caminó despacio hasta sentarse junto a una de las raíces que emergían del suelo de piedra, como si el templo mismo quisiera recordarle que todo está conectado.
—Porque tuve miedo de que la buscaras para liberar a Darek, lo hab