El segundo día del entrenamiento comenzó con el templo envuelto en una neblina baja. El aire era denso, como si el propio tiempo se hubiera detenido, en vilo, esperando el desenlace de lo que allí se preparaba. Elena, envuelta en un manto sencillo, caminó hacia el círculo de invocación que Ailén había reforzado durante la noche. Su rostro estaba tenso, pero sus pasos eran firmes.
Ailén aguardaba sentada sobre una roca cubierta de líquenes, el cabello suelto, más recuperada gracias a la magia de Lucía, pero aún con la voz quebrada por el dolor acumulado. Kael y Sareth vigilaban la entrada del templo, y Darek se mantenía cerca, en silencio, como un muro de sombras y fuego listo para alzarse si algo salía mal.
—Hoy profundizaremos —dijo Ailén, alzando una piedra grabada con runas celestiales—. Ya sentiste el peso del hechizo… ahora vas a cargarlo.
Elena respiró hondo y se arrodilló frente al círculo. Extendió las manos, dejando que las runas la reconocieran. El suelo tembló levemente.
—E