El templo se alzaba entre los riscos como una reliquia de otro tiempo. Aquel lugar, que una vez sirviera para proteger el equilibrio entre los reinos, ahora era refugio, fortaleza… y último bastión de resistencia.
Elena entró con Eidan dormido entre sus brazos, envuelto en un fino velo de luz mágica que apenas dejaba entrever su rostro. Darek la seguía de cerca, vigilante. Kael y Sareth sostenían a Ailén entre ambos, mientras sus pasos resonaban con la gravedad de lo que traían consigo.
Lucía fue la primera en salir al encuentro. Su cabello recogido en una trenza alta y el rostro manchado de tierra revelaban que venía de entrenar. Pero al ver la expresión de Elena y el cuerpo casi inerte de Ailén, su semblante cambió de inmediato.
—¿Qué ocurrió?
Amadeo emergió tras ella, su espada aún al cinto, la mirada alerta. Elena no perdió tiempo.
—Nyara tiene el libro. El que custodiábamos. Lo robó durante el cierre de la grieta… y ahora quiere usar a Eidan.
Lucía palideció.
—¿Está bien?
—Por ah