Alisson sintió que su corazón se detuvo. Tomó aire por la boca y siguió a Christopher fuera del helicóptero. Segundos después, salieron de la azotea y se adentraron en el ascensor. Los minutos en aquel aparato fueron como décadas para Alisson. Sentía sus pantis cada segundo más húmedos y una calentura en su vientre que amenazaba con consumirla. Cuando el ascensor se abrió y mostró un emblemático restaurante, casi se persignó por las cochinas ideas que habían pasado por su mente.
—¿Venimos a comer? —le preguntó, y Christopher sonrió con picardía, sabiendo lo que la pelirroja estaba pensando.
Sus mejillas sonrojadas, el apretón constante de sus muslos y esa respiración irregular la delataban.
—¿Pensaste que te llevaría a una habitación?
«Por supuesto que lo pensé», se dijo Alisson en su mente, pero no lo expresó en voz alta.
Ella tragó grueso y, tras unos segundos, respondió tratando de mantenerse estable, aunque su corazón amenazaba con abandonarla.
—No, es solo que… estamos en un hote