La noche se había enfriado, pero no lo suficiente como para apagar el calor que Ryan llevaba acumulando desde que vio a Julie reírse, morderse el labio y aplaudir en ese maldito club.
No había dicho mucho cuando salieron. Apenas le había tomado la mano con fuerza y la guió hacia el auto como si tuviera miedo de que escapara.
Julie, lejos de asustarse, disfrutaba esa tensión. Podía sentir cómo la mano de Ryan, dura y tibia, la apretaba más de lo necesario.
—Estás muy callado —susurró ella, con esa media sonrisa que siempre lo empujaba un paso más hacia el borde.
Ryan abrió la puerta del auto sin responder y esperó a que subiera. Cuando cerró, rodeó el vehículo y se metió al asiento del conductor, pero no encendió el motor.
Se quedó mirándola, con los antebrazos apoyados en el volante, la mandíbula marcada y la mirada fija en ella.
—¿Te divertiste mucho? —preguntó por fin, con voz baja, áspera.
Julie ladeó la cabeza, jugando.
—Un poco.
—¿Un poco? —repitió, inclinándose hacia ella.
El es