Christopher salió casi que corriendo de ahí. Su corazón estaba agitado, y su mente creaba cientos de escenarios imaginarios. Se subió a su auto con Alisson a su lado y comenzó a conducir a Cleveland, Ohio. Ahí le había dicho el detective que estaba y que se dirigiera ahí cuánto antes. Sus nudillos se apretaban a medida que apretaba el volante y su frente sudaba de desespero. El viaje transcurrió en constante silencio, Alisson sabía que Christopher necesitaba espacio y se lo dio.
Ocho horas después, ya cuando estaba amaneciendo. Llegaron a lo que parecía una pequeña oficina en el medio de la ciudad. Christopher se bajó apresurado y tocó la pequeña puerta de madera que parecía ser más pequeña que él. A los minutos, la voz del detective al otro lado de la puerta le dijo un “adelante” y él enseguida entró.
—¿Dónde está? ¿Dónde está mi hijo? —preguntó desesperado con los ojos brillosos por las lágrimas que quería salir y con un nudo en la garganta.
—Calma señor Langley. Sé dónde está su hi