Los ojitos de Mateo brillaban llenos de alegría. Se puso de pie y corrió a los brazos de su papá. Christopher lo alzó en sus brazos y luego se dejó caer al piso con él en su pecho. Lo apretó con fuerza, lo olió y luego lo revisó por todas partes.
—¿Estás bien? ¿No te has enfermado? —preguntó Christopher desesperado pero Mateo negó con la cabeza mientras se pasaba el dorso de la mano por el rostro.
Sus mejillas estaban empapadas de lágrimas.
—Mamá Alisson —dijo el niño dirigiendo sus ojos hacia la pelirroja.
Alisson, quien estaba con un pañuelo secando sus lágrimas, abrió sus brazos para sostenerlo.
—Mateo, mi vida —exclamó con dulzura.
Mateo recostó su pequeña cabecita sobre ella y se dejó envolver por sus cálidos brazos.
—Tenía mucho miedo, pero nunca dejé de creer que vendrían por mí —dijo el niño con palabras entrecortadas.
Christopher suspiró y los abrazó a los dos con ternura, con amor. ¡Por fin ahora sí estarían completos!
Después de papeleos volvieron a Nueva York a ho