El sabor a whisky le quemó la garganta, pero Julie no hizo ni un gesto. Estaba en una esquina del salón, sentada sola, con las piernas cruzadas y la mirada perdida en algún punto entre el reflejo de las luces y las sombras que le pesaban en el pecho.
El baño había sido su única cueva. Lo que pasó ahí, con Ryan, la había dejado temblando por dentro… y vacía por fuera.
Tomó otro sorbo. El vino ya no era suficiente. Había probado un cóctel de frutas con vodka, después tequila, y ahora el whisky. Cualquier cosa que le ayudara a no pensar. A no recordar. A no sentir el olor de él aún en su cuello.
—No debería estar así —murmuró para sí misma, mirando su copa vacía—. No debería importarme…
Se levantó tambaleándose un poco, no por el alcohol, sino por el dolor. Se acercó a la mesa con paso decidido y pidió otra copa. No supo ni qué era. Solo la bebió.
Y entonces la escuchó.
—¿Julie?
La voz era afilada, perfectamente modulada. Al girarse, se topó con unos tacones de diseñador, un vestido de