El beso no fue suave. No hubo ternura. Solo necesidad.
Cuando Ryan la atrapó contra la pared y sus bocas chocaron, todo estalló. El alcohol, la rabia, la humillación, el deseo. Julie se aferró a su camisa, lo empujó con la boca abierta, lo mordió. Él gimió, ronco, con el cuerpo temblando.
—Vamos a mi apartamento —le gruñó Ryan contra los labios.
Ella no respondió. Solo lo miró a los ojos y asintió. Sabía que no había vuelta atrás.
El trayecto fue una tormenta de silencios pesados y respiraciones entrecortadas. Apenas cruzaron la puerta del apartamento, Ryan la empujó contra la pared y la besó con rabia. Le levantó el vestido, le desgarró las medias, le desabrochó el sujetador con manos ansiosas.
Julie jadeó, lo arañó, lo besó como si necesitara borrar todo lo demás. Como si esa noche fuera la última.
—Te odio por hacerme sentir esto—murmuró ella mientras lo empujaba hacia la habitación.
—Y yo te amo —le respondió con voz quebrada, justo antes de tirarla sobre la cama.
El sexo fue brut