Jackson no era un mal bailarín. En realidad, era terriblemente bueno en casi todo lo que hacía. Con cada movimiento, Alisson sentía que estaba bailando con un muy buen amigo incluso con un hermano… o al menos con alguien que tenía una simpatía natural que le resultaba imposible de ignorar.
—¿Y tú? —preguntó ella, divertida—. ¿De verdad te cae mal mi marido?
Él levantó una ceja, divertido por lo directa que era. Su sonrisa era calma, relajada, sin ese filo arrogante que a veces se le escapaba sin querer.
—¿Yo? Para nada. Me agrada demasiado.
—¿Demasiado?
—Sí. Es irritantemente carismático. Lo peor es que no puedo odiarlo. Solo me queda competir con él como si fuera mi hermano mayor —dijo con una sonrisa.
Ella soltó una pequeña risa y bajó la mirada. La tensión entre ellos era inexistente. No había ese filo de deseo entre líneas, ni dobles intenciones. Solo dos personas bailando, con una armonía agradable, casi inocente.
Lo que ninguno de los dos sabía era que, desde un rincón del salón