Durante unos minutos, el silencio fue absoluto. Hasta que el viejo empresario, con esfuerzo, alzó una mano temblorosa y se retiró nuevamente la mascarilla. Ethan, que había permanecido de pie a su lado, se giró de inmediato.
—¿Señor? —preguntó con cautela.
Pablo abrió los ojos, cansados pero firmes.
—Una cosa más, Ethan —dijo con voz áspera—. Mi hija… debe recibir todo seis meses después de mi muerte. No antes. No quiero que esa… zorra de Emma le arrebate lo que le pertenece.
Ethan inclinó la cabeza, conteniendo la frustración que sentía cada vez que escuchaba ese nombre.
—Entiendo, señor. —Su tono era respetuoso, aunque firme—. Haré que se cumpla su voluntad.
Pablo sonrió débilmente.
—Lo sé. —Sus dedos buscaron los de Ethan y los apretaron con una fuerza sorprendente para alguien en su estado—. Sé que la amas. Sé que cuidarás de mi Ariana… de todo aquel que quiera hacerle daño.
Ethan se quedó inmóvil unos segundos, sintiendo el peso de aquellas palabras.
—Descanse, señor. Iré a la ca