Los sueños de la infancia

Anuar ni siquiera fue para ayudarme a bajar del auto, fue Óscar quien, con toda la vergüenza pintada en su rostro, me ayudó hasta llegar a la casa.

—Discúlpeme, señorita Meneses, ha sido mi culpa…

—No fue tu culpa —lo interrumpí, cansada—. Anuar tiene razón, no debí escabullirme, debí haber pedido que me acompañaras.

—No estuve lo suficientemente atento como para notar que salió —agachó la mirada—. Presentaré mi renuncia…

—¡No! —si mi padre se enteraba, lo hundiría, además no quería quedarme sin guardaespaldas después del ataque—. Te lo prohíbo. No puedes dejarme sola después de un momento así. Fue culpa mía y no se habla más del tema.

No le di oportunidad de responderme y me metí directo hacia mi habitación. Andrea me recibió, todavía no terminaba de empacar. Al verme, soltó los vestidos y corrió hacia mí.

—¡Madre mía! —ahogó un grito—. Cuando nos enteramos no podíamos creerlo, ¿un asalto? En plena beneficencia, ya no hay respeto dios mío.

¿Asalto? Ya ni debería sorprenderme que pap
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