Debía ser una escena ridícula, yo parada detrás de la barra con el delantal sobre el vestido y un recipiente en las manos mientras Anuar se aflojaba la corbata mientras dejaba las llaves y la cartera sobre la mesa.
Y entonces caí en la cuenta: No era ridículo, era normal. Si fuéramos una pareja real, esta pelea (quitando a la amante del mapa), sería de lo más rutinaria. Las discusiones maritales eran más comunes que nada, sería bastante comprensible mi enojo de esposa emocionada por hacerle una sorpresa a su esposo y que este no se dignara a llegar a una hora decente.
En circunstancias reales posiblemente (y suponiendo que estuvieramos en buenos términos), discutiríamos, pero pronto resolveríamos todo de manera física.
Anuar pediría perdón, yo fingiría seguir enojada y cuando quisiera tocarme, me alejaría alegando que estaba sentida, él seguiría insistiendo, posiblemente diría algo de su día y entonces me tomaría de la cintura, me acercaría a él y me besaría apasionadamente logrando