—No es necesario —comentó al verme—. Puedo curar mis heridas.
—Lo sé —repliqué tranquilamente—. Pero quiero ayudarte, así como me has ayudado a mí.
—Mis acciones no han sido esperando algo a cambio —tiré la gasa, tomé un trozo de algodón y lo mojé con yodopovidona.
—Prometí sentir tu dolor y sufrimiento como propio —decreté sin atreverme a mirarlo a los ojos—. Fueron palabras vacías, pero ayudarte me hace sentir útil —acerqué el algodón a la herida—. No te muevas.
La herida no tenía mal aspecto, ya ni siquiera sangraba, pero necesitaba remover la sangre seca que se acumuló durante el día. Recordé los rítmicos movimientos de Anuar cuando curó mi herida en Mónaco, solo debía hacer lo mismo.
Trataba de no tocar su piel excepto con el algodón, me engañaba a mí misma diciendo que era para no incomodarlo, pero era para no incomodarme a mí. No era un secreto que desde el principio quedé prendada de él. Cuando supe que era un patán traté de esconder mi atracción por él en lo más profundo de m