Y podría empezar una vida decente, aunque fuera a los veintisiete.
Los siguientes días me concentré en evadir a Anuar, no podía mirarlo a la cara después de besarlo y escapar como una niña. No dejaba de recordar el calor de sus labios, el hormigueo en mi pecho al sentir su lengua sobre la mía.
Pero tenía que hablar con él en algún momento, no podía escabullirme para siempre y necesitaba preguntarle sobre el orfanato, mis futuras clases de piano y simplemente poder hablar con él sin tartamudear y el color invadiendo mi rostro.
—Hola, Yola —la mujer me lanzó una mirada inquisitiva, sorprendida al verme en la cocina—. He decidido que hoy haré de cenar a mi marido —la última palabra se sintió extraña—. ¿Qué me recomiendas?
La mujer parpadeó tres veces y abrió la boca, estupefacta, trató de decir algo, pero emitió sonidos inentendibles. Al final se rascó la nuca.
—No tiene que preocuparse, puedo hacerlo y decir que usted…
—¡No! —mi exclamación fue más brusca de lo planeado—. Perdón, es que