Sentía las lágrimas arremolinarse en mis ojos, todos me trataban mal, lo único que quería era regresar a cuando mamá y yo nos tomábamos margaritas en la piscina y nos pintábamos las uñas. Quería que apareciera y me dijera que todo había sido un error, que tuvo que fingir su muerte para que el tipo malo no la encontrara, pero que volveríamos con Alexander y todo sería como antes.
Podríamos reírnos de los personajes de alguna comedia y criticar las pésimas actuaciones de alguna mala película de terror mientras compartíamos un enorme cuenco de palomitas.
Sin poder evitarlo sollocé.
—Todavía ni te limpiaba —dijo Anuar exasperado hincado frente a mi rodilla.
—¡No estoy llorando por eso! —le arrebaté el algodón y terminé el trabajo—. Ya déjame.
—¿Ahora qué pasó?
Ya no podía más con él. Y es que era tan diferente a Daniel, no era amoroso, no tenía tacto al hablar, ni siquiera cubría reglas básicas de educación.
—¡Pasa que estoy aquí! —me levanté de golpe—. Pasa que mataron a mi madre, que me