Esa noche no pude dormir. El apartamento estaba en calma. Cassian se había duchado y se había quedado leyendo en el sofá, dándome espacio sin decirlo, como si supiera que lo que había pasado durante el almuerzo necesitaba tiempo para asentarse.
Yo me encerré en la habitación. Pero no para esconderme. Para entender.
Me miré en el espejo. No como tantas veces antes, buscando disimular una herida, camuflar una culpa, o fingir una entereza que no tenía.
Me miré como alguien que está empezando a ver un nuevo reflejo. Una mujer que por fin escucha su propia voz.
“Es mi mujer.”
Lo había dicho delante de su familia. Con firmeza. Con respeto. Con esa gravedad dulce que no necesita explicaciones.
Y no lo había dicho para lucirse. Ni por presión. Lo dijo porque lo creía. Porque ya me había dado un lugar antes de que yo supiera que quería ocuparlo.
Y ahora…ahora la pregunta no era sobre él. Era sobre mí. ¿Qué sentía yo? ¿Estaba preparada para ponerle nombre a esto?
Caminé en silencio por el pasil