Lo estuve pensando todo el día. Mientras el dolor bajaba del cuerpo y se instalaba en el pecho. Mientras el silencio se alargaba como una herida que no sangra, pero duele igual.
Mientras Cassian cocinaba sin mirarme fijo, respetando ese espacio que ahora era tan frágil.
Y al final lo supe: tenía que decírselo.
No por él. No por mí. Por lo que se fue. Por esa vida pequeña, invisible, fugaz…que había nacido de dos personas que ya no se elegían, pero que una vez, alguna vez, compartieron algo parecido al amor.
Tomé el teléfono Y busqué su número. Lo tenía guardado aún, aunque hacía semanas que no nos hablábamos. No sabía cómo lo iba a hacer. No sabía qué decir. Solo sabía que tenía que hacerlo.
Respiré hondo y marqué.
Tardó dos tonos. Después, su voz. Fría. Clara. La misma de siempre.
—¿Olivia?
—Hola, Günter.
Hubo una pausa. No una pausa de silencio. Una pausa de historia. Esa que pesa cuando aún quedan palabras sin decir.
—¿Estás bien? —preguntó.
—No. Por eso llamo.