Nos mudamos un viernes. Sin alboroto, sin ayuda profesional, sin promesas exageradas. Solo nosotros dos, algunas cajas, y una certeza tranquila: esta vez no era huida, era elección.
El ático ya nos esperaba. Amplio, luminoso, con vistas que cortaban el aliento y detalles que hablaban de alguien que había vivido bien… pero que ahora quería vivir mejor. Con alguien. Conmigo.
Cassian abrió la puerta con una sonrisa de esas que no necesitan palabras. Entré primero, cargando una caja pequeña con mis tés y dos libros que me negaba a empacar con el resto. Era simbólico. Quería que fueran los primeros en llegar.
Había algo en ese espacio: techos altos, suelos de madera clara, una biblioteca integrada que parecía conocer mis gustos, terrazas con macetas vacías esperando historias. No era solo una casa. Era una promesa.
—¿Quieres que te enseñe dónde está todo o prefieres descubrirlo sola? —preguntó Cassian, apoyado en el marco de la puerta como si ya me conociera la respuesta.
—Déjame perderme