Era lunes. De esos tranquilos, con el olor a café flotando por el apartamento. Yo estaba sentada en el suelo, con una manta sobre las piernas y un cuaderno abierto. Había empezado a escribir de nuevo. No sobre lo que pasó, sino sobre lo que siento ahora.
Lo que queda después del duelo. Después del miedo. Después del dolor que ya no grita, pero susurra.
Cassian apareció en la puerta con dos tazas. Una para él, otra para mí.
Sabía exactamente cómo me gustaba: poco azúcar, leche de avena, sin prisas.
Se sentó a mi lado, en el suelo y no dijo nada al principio, solo me miró como si estuviera esperando que yo volviera completamente. Y en parte, ya lo había hecho.
—He estado pensando —dijo, después de un sorbo.
—Uy, eso da miedo.
—Muy graciosa. En serio, he estado pensando… en nosotros.
Lo miré. Mi corazón se activó, no de susto, sino de expectativa.
—¿Sí?
—Este apartamento fue el lugar perfecto para reconstruirte. Pero tú ya no estás en ruinas, Olivia. Ya no necesitas este espacio como ref