Los días siguientes se convirtieron en un teatro cruel.
Cada mañana, me levantaba antes que Günter y me aseguraba de estar ya vestida y presentable cuando él bajara. Preparaba dos tazas de café, como si nada estuviera roto entre nosotros. Como si no estuviera contando los días para desaparecer de su vida.
—Gracias —decía él, con esa sonrisa cansada que parecía un eco de lo que alguna vez fue.
Yo le devolvía la sonrisa. Una réplica perfecta. Sin alma.
—De nada.
Por dentro, sentía el corazón golpearme el pecho con fuerza. Cassian había llamado la noche anterior. Todo iba a estar listo. Me esperaría en un coche alquilado, la noche del tercer día después de nuestra llegada a estados unidos. Acordamos que no habría mensajes. Solo una llamada perdida, una señal que confirmaría que era el momento.
Lo tenía todo en mi cabeza: no desharía mi maleta con cualquier excusa tonta y escondería mi pasaporte en el doble fondo de la misma, un poco de efectivo que había ido retirando en pequeñas cantida