perspectiva de Sech.
El tiempo se arrastraba con una lentitud insoportable. Yo estaba sentado junto a la cama, observando el rostro inerte de Isis. La incertidumbre se hacía cada vez más pesada, amenazando con aplastarme. Habían pasado horas desde que Lucrecia y yo le dimos el antídoto, pero no había ningún signo de mejoría, solo ese silencio frío y letal. Estaba comenzando a desesperarme.
Movido por una sensación extraña, una idea loca que surgió de mi agotamiento y culpa, tomé la flor Llama de Sombras que Lucrecia había dejado sobre la mesita de noche. La acerqué al medallón de Dorian que descansaba en la mano inerte de Isis.
—Vamos, Dorian, lo prometiste —rogué en un susurro, sintiéndome patético por suplicarle a un muerto, pero era mi última esperanza—. Dijiste que esto ayudaría. ¡Pídele que regrese!
Justo en ese instante, una luz suave, plateada como la de la Luna, pero con un matiz rojizo del corazón de la Llama de Sombras, comenzó a emanar del medallón y envolvió el rostro de I