El Consejo había quedado en silencio después de que Sech diera su veredicto. Nadie se atrevió a contradecirlo cuando afirmó que Lysander no sería juzgado mientras su mente siguiera atrapada en aquel estado infantil. Aun así, los ancianos salieron molestos, murmurando entre ellos, dejando claro que insistirían en una condena en cuanto el príncipe diera la menor señal de lucidez.
Sech salió de la sala con el peso del mundo sobre los hombros. No quería volver a ver a su hermano encerrado, pero tampoco podía permitir que hiciera daño a nadie. Esa tensión lo acompañó toda la tarde… sin imaginar que apenas unas horas después se encontraría con una escena que provocaría que el corazón casi se le detuviera.
La alarma sonó de repente. No fue un ruido de guerra, sino una campana interna, la que se activaba cuando un paciente escapaba del ala médica.
Un guardia llegó corriendo.
— Mi rey… —tragó saliva—. El príncipe Lysander desapareció de los calabozos médicos. No sabemos cómo logró salir.
Sech