El grito de Sech me paralizó. Su voz, rota por el letargo, pero cargada de furia, resonó en la habitación como un rugido contenido. Me levanté de golpe, mi cuerpo temblando, enfrentando la realidad: el Rey Alfa estaba despierto y era una amenaza directa a mi vida.
Me acerqué a la cama con cautela. Sus ojos ámbar estaban fijos en mí, sin rastro de confusión, solo de una rabia helada.
—¿Quién demonios eres tú y qué haces en mis aposentos? —preguntó, la debilidad haciendo que sus palabras fueran un susurro brutal.
—Soy Isis. Tu esposa.
—¡Yo no tengo una maldita esposa! —replicó furioso, intentando moverse, solo para que el esfuerzo lo dejara jadeando—. ¡Y te juro que si estás coludida con mis enemigos, lo vas a pagar muy caro!
Mantuve mi postura, aunque mi voz tembló. —Soy tu esposa, pero solo de nombre, sobre el papel. Mi corazón le pertenece a otro. No te amo y nunca te amaré.
Su expresión se convirtió en incredulidad pura. —¡Qué carajos estás diciendo! Entonces, ¿cómo es que te casast