El peso de la situación me abrumaba. Salí de los aposentos de Altea con el rostro empapado en lágrimas, sintiendo el frío del palacio traspasar mi alma. El matrimonio con Sech era, tal como lo había temido, un infierno disfrazado de acuerdo. Me arrepentía de la locura de ese pacto. Limpié mis mejillas con brusquedad, intentando recuperar algo de mi compostura.
Un ligero carraspeo me detuvo en el pasillo. Era Malcolm, el mayordomo de confianza de Altea, su expresión gentil contrastando con el ambiente gélido del palacio.
—Mi Luna, discúlpeme. Su Majestad, el Rey Alfa, exige su presencia. Aún es de madrugada, quiere que esté allí para ayudarlo a vestirse antes de que intente dormir un poco.
El nudo en mi garganta se apretó. —Pero, ¿por qué hace esto, Malcolm? —pregunté, mi voz temblando por el llanto contenido—. Tiene un ejército de gente que podría ayudarlo, y quiere que lo haga yo solo para humillarme. Sabe perfectamente que este matrimonio no es de verdad y sin embargo quiere volcar