Las palabras de Alexandra resonaron en Adriano durante días. "Te amo, pero duele". Era una verdad desgarradora que lo llenaba de una esperanza agonizante y de una culpa renovada. Sabía que su silencio respetuoso y sus gestos de servicio ya no eran suficientes. Ella había dado un paso monumental al admitir sus sentimientos. Ahora era su turno. Debía desnudar su alma por completo, sin armaduras, sin orgullo. Debía dejar que el León mostrara sus cicatrices.
La oportunidad llegó una noche tranquila. Aurora y Alessandro dormían. El palacio estaba sumido en un silencio profundo, solo roto por el leve crujir de las maderas antiguas. Encontró a Alexandra en la biblioteca, de pie frente al retrato de su bisabuelo, el mismo que Aurora había llamado "el que luchó contra un dragón". Ella llevaba un camisón de seda y una bata, y parecía perdida en sus pensamientos.
—¿Puedo interrumpirte? —preguntó desde la puerta, su voz más suave de lo habitual.
Ella se volvió, sorprendida, pero no se alarmó. Asi