El Palacio Grassi, una de las sedes de arte contemporáneo más importantes de Venecia, brillaba como un faro en la noche. Su fachada neoclásica estaba bañada en luz, y una alfombra roja conducía a la entrada, donde se congregaba la élite cultural de la ciudad y más allá. Era la noche de la inauguración de la exposición "*El Hilo Invisible: Diálogos entre el Arte Antiguo y el Contemporáneo*", y todo el mundo quería estar presente.
Dentro, el ambiente era eléctrico. Periodistas, críticos, coleccionistas y amantes del arte se movían entre las salas, admirando la audaz puesta en escena. La premisa era brillante: obras maestras del Renacimiento veneciano dialogaban con instalaciones y pinturas contemporáneas, creando un puente temporal que revelaba ecos y resonancias insospechadas. Un Tintoretto junto a una pieza de luz cinética; un Carpaccio enfrentado a una escultura de materiales reciclados.
Y en el centro de todo, serena y radiante, estaba Alexandra De'Santis.
Llevaba un vestido largo d